19 marzo 2022

LA DIMENSIÓN INTERSUBJETIVA DE LA IGLESIA

 Ecclesiology Today - The Meaning of a World in Crisis - 

Oradea (Romania), 8th-10th October, 2020 


LA DIMENSIÓN “INTERSUBJETIVA” DE LA IGLESIA Y EL SENTIDO DE LA VIDA EN UN MUNDO EN CRISIS

Prof Eduardo Torres, S Th D, Ph D1

SUMMARY: Faced with a crisis of global dimensions, which is not only sanitary but also economic and social, the author presents the crucial role of the Catholic Church at the service of freedom and the meaning of life. Meditating on texts of the recent magistery of the Church, he sees this crisis as an opportunity for the conversion of Christians from clerical passivity to the new evangelization, which implies to value of the autonomy of the temporal and the apostolate of the Christian layman in the transformation of the world by the work and politics, and the organization of society in respect of responsible freedom. 
	Applying the phenomenological category of intersubjectivity, it claims the value of this plane in the life of faith, irreducible to the objective plane of doctrine and the subjective plane of conscience. Christian faith, liturgy, morals and prayer have a third dimension, where the efficacy of authentic Christian life is often decided: there is no holiness without communion of saints and communion in holy things.

KEYS: World crisis, democracy and values, ecclesiology of communion, intersubjectivity, freedom of conscience, meaning of life.

Antes de la pandemia que padecemos, si observamos las publicaciones periódicas, la categoría “crisis” aparece como un talismán constantemente en los análisis sociológicos y políticos. De hecho, si nos detenemos a analizar la historia de la humanidad se puede decir que es una sucesión de crisis.

Desde el punto de vista social, comenzamos el siglo pasado con la crisis bélica de 1914, después las revoluciones de 1917, luego la pandemia de 1918-1919, después la económica de 1929 conocida como Gran depresión económica (que ocasionó la continuación de la guerra entre 1939-1945), luego las diversas crisis de la guerra fría entre los bloques surgidos en torno al Telón de acero, después la crisis del petróleo de 1973, luego la crisis financiera del 2008, … así hasta llegar a la crisis epidemiológica y económica del presente 2020. Además de estas crisis globales, están las crisis localizadas por naciones o regiones. La historia es así una sucesión de periodos estables enhebrados por crisis o una sucesión de crisis separadas por periodos estables. 

En el ámbito eclesial pudiéramos secuenciar también las diferentes crisis, pero los teólogos preferimos hablar de reformas y cismas, aunque en el fondo es una realidad análoga, en cierto sentido: una ruptura con el orden precedente y el alumbramiento de una nueva estabilidad. Con todo, reservaré el término “crisis” a su uso antropológico y el de “reforma” al uso eclesiástico. 

Quisiera en mi exposición desarrollar estos dos puntos: cómo la última crisis mundial es una oportunidad para la Iglesia de convertirse a su Señor, no solo por un cambio del corazón sino también de la mentalidad; y en segundo lugar, cómo necesitamos una tercera dimensión intersubjetiva (sacramental) que complemente las dimensiones habituales (objetiva y subjetiva) a la hora de repensar la fe.



LA IGLESIA: PARA EL SENTIDO DE LA VIDA

No olvidemos que “crisis” etimológicamente significa “cerner”(κρίνω) y está emparentada con “juez”(κριτής), y desde luego, a la luz de la fe, la única crisis definitiva es el juicio de Dios2. La actual acepción de la palabra se deriva probablemente del uso médico, ya que indicaba en Galeno el momento crítico del desarrollo de una enfermedad, cuando el enfermo se debate entre la curación o la muerte. Evidentemente la sociedad globalizada actual se encuentra, de golpe, con la necesidad de repensar costumbres y reglas de vida, pues sus presupuestos de seguridad y salud pública se han venido abajo.

Una voz autorizada nos advertía ya de la necesidad de recuperar la conciencia universal humana de una justicia eterna y transcendente como condición de posibilidad de una sociedad que quiera organizarse en torno al bien común3.

Con la actual pandemia, como explica un filósofo contemporáneo en su libro Pandemocracia4, no es que haya llegado el fin del mundo, pero si se acaba “un” mundo5. No es el momento ni el lugar para detenernos en las soluciones políticas, económicas, ecológica o sanitarias de la crisis, pero sí para buscar el “hilo común” de todas ellas, que pasa por la solución a la “crisis de sentido de la vida”, como acertadamente platea este encuentro académico. Precisamente una Iglesia que presume de ser “experta en humanidad”6 está implicada de lleno en esta “revolución de los conceptos” que hasta ahora han servido para comprendernos, así como supone de hecho la mayor “interacción” verdaderamente universal (eso significa “católica”) de personas en nuestro mundo.

La Iglesia, como recuerda admirablemente el concilio Vaticano II (SC 2; LG 8) es anfibia en la presente “economía” salvífica: humana y divina, peregrina y eterna, institucional y espiritual, externa e interna. Además es, como el mismo evangelio, paradójica: es jerárquica o petrina, pero también carismática o mariana; está organizada en diferentes ministerios, pero todos sus fieles son iguales ante Dios; es santa, pero compuesta de pecadores; es una, pero diversa y no uniforme; sobrepasa la sucesión de los imperios humanos, pero es un reino que no es de este mundo.

Por ello la vida de los cristianos tiene dos niveles indisolubles: son, al mismo tiempo, ciudadanos del cielo en la Iglesia peregrina, y ciudadanos del mundo en una nación concreta y con una forma de Estado determinada. Con la modernidad (siglo XVII) esta distinción de origen cristiano (cf Mc 12, 17; Mt 22, 21; Lc 20, 25; cf Rm 15, 7) se hace separación primero (ya Charles de Montalambert en el siglo XIX pedía “una Iglesia libre en un Estado libre”) e inversión actualmente: el relativismo se propone e impone como “religión oficial” del Estado democrático.

La paradoja es, como señala hábilmente el cardenal Ruini, que es el Estado mismo el que se queda sin fundamento antropológico cuando pretende suplantar la religión, manipularla o encerrarla en las sacristías:

«E.-W. Böckenförde hace ya muchos años [1967], en su clásico ensayo sobre La formazione dello Stato come processo di secolarizzazione [demostraba que]: el Estado liberal secularizado vive efectivamente de supuestos que él mismo no puede garantizar, y entre ellos (como ya sostenía Hegel) parecen desarrollar un rol peculiar los impulsos y los vínculos morales de los que la religión es la fuente. 

Hace muy poco Rémi Brague, en una intervención sobre Fede e democrazia, publicada en la revista "Aspenia" en el año 2008, ha propuesto una actualización interesante, que me parece sustancialmente compatible con la tesis de Böckenförde. En primer lugar, ha extendido esta tesis del Estado al hombre de hoy, quien en gran medida ha dejado de creer en su propio valor, a causa de esa tendencia a reducir al mismo hombre a un fenómeno de la naturaleza y a causa de ese relativismo absoluto que están a la base de las actuales interpretaciones de la laicidad contrarias […]. En segundo lugar, la religión no es solamente, y ni siquiera primariamente, fuente de impulsos y vínculos éticos. Hoy, antes que asegurarse los límites y muros de contención, se trata de encontrar razones para vivir. Justamente ésta es, desde el comienzo, la función, o mejor dicho, la misión más propia del cristianismo, pues efectivamente éste nos dice ante todo no "cómo" vivir, sino "para qué" vivir, para qué elegir la vida, para qué gozarla y para qué transmitirla»7.

Debemos de ser claros en que no se trata de añorar confesionalismos pasados, pues la doctrina de la dignidad de toda conciencia humana, su libertad responsable ante la verdad y el consiguiente ejercicio de la libertad religiosa defendida por el concilio Vaticano II en su decreto Dignitatis humanae supone un paso irrevocable para la nueva evangelización8. A cuantos señalan la ruptura que supone esta enseñanza con el magisterio pontificio del siglo XIX hay que recordarles que el concilio no hace sino volver a la auténtica tradición de los Padres, a los orígenes de la fe9, antes de que una Iglesia perseguida se convirtiera en una Iglesia perseguidora, al servicio de los intereses de la sociedad del momento.

La Iglesia es sierva solo de la fe y de su Señor, no puede ser esclava de ningún Estado, por muy cristiano que se llame. Pero esta “libertad” de la conciencia no es autoconstructiva sino que busca naturalmente la verdad, ya que la libertad de errar o de pecar lo es solo “per accidens”. Por ello el decreto conciliar habla de la dignidad de la “persona humana” pero no de la “libre elección del individuo”, pues no es el error o la verdad el sujeto del derecho, sino la persona que yerra o acierta en su elección, aunque pueda ser igualmente responsable de su error o de su acierto, y de las consecuencias (injustas o justas) del mismo, a veces ignoradas. En cambio nuestra cultura actual pretende adorar la “elección individual” (free choice) como un ídolo, sin darse cuenta que tiene los pies de barro, por ser un “individuo” propio de una sociedad rota en sus vínculos y autorreferencial en sus valores10, lo que no es intercambiable por una “persona”. En cambio, lo que constituye la persona implica necesariamente las relaciones que la definen, y se construye (o destruye) a sí misma mediante los aciertos (o errores) que elige, libre, y por ello, responsablemente11. Pensamos que la asimilación y aplicación de las categorías personalistas en la ética y en la pedagogía cristianas son todavía un proceso en desarrollo que necesita avanzar, así como la educación debe hacer saber a quienes prepara para la vida, que aunque las elecciones sean libres (supuestamente), las consecuencias son necesarias, independientemente de la mente del que las “eligió” en sus causas. 

Los principios conciliares de libertad religiosa (cf Dignitatis humanae) y de autonomía justa de las realidades temporales (cf Gaudium et spes 36) son todavía una tarea pendiente de asimilación tanto en las sociedades tradicionalmente cristianas como en las mismas Iglesias de fuerte tradición nacional, con la complicación añadida que todavía tenemos pendiente la valoración del laico seglar como protagonista de la vida cristiana frente al clericalismo habitual en esas mismas sociedades12. Pero si la Iglesia actual está embarcada en esta conversión (respeto a la libertad religiosa, a la autonomía de lo temporal y al protagonismo de los seglares), respecto al Estado debe reivindicar sin complejos la necesitad del respeto mutuo dentro de los ámbitos de autonomía y la colaboración sincera al servicio del bien común13. Todas las energías son pocas cuando está amenazada la supervivencia misma del hombre sobre la tierra y de todos los avances que hemos ido acumulando desde la antigüedad.

Precisamente en este espíritu de colaboración entre cristianos, y otros creyentes o ateos, el diálogo exige también la franqueza para explicar la propia posición. En este sentido, la fe cristiana en la soberanía de Dios sobre la historia, su providencia y su juicio último, son irrenunciables. Es más, debemos denunciar con el papa Benedicto la degeneración ideológica (marxismo diluido), y la suplantación que supone en la actual sociedad postmoderna colocar la “opinión pública” como “juez último” de todas las cosas, el “progreso constante” como ideal social, y el “bienestar” común como sustituto del “bien ser” (justicia y honrradez) religioso:

«En la época moderna, la idea del Juicio final se ha desvaído: la fe cristiana se entiende y orienta sobre todo hacia la salvación personal del alma; la reflexión sobre la historia universal, en cambio, está dominada en gran parte por la idea del progreso. Pero el contenido fundamental de la espera del Juicio no es que haya simplemente desaparecido, sino que ahora asume una forma totalmente diferente. El ateísmo de los siglos XIX y XX, por sus raíces y finalidad, es un moralismo, una protesta contra las injusticias del mundo y de la historia universal. Un mundo en el que hay tanta injusticia, tanto sufrimiento de los inocentes y tanto cinismo del poder, no puede ser obra de un Dios bueno. El Dios que tuviera la responsabilidad de un mundo así no sería un Dios justo y menos aún un Dios bueno. Hay que contestar este Dios precisamente en nombre de la moral. Y puesto que no hay un Dios que crea justicia, parece que ahora es el hombre mismo quien está llamado a establecer la justicia. Ahora bien, si ante el sufrimiento de este mundo es comprensible la protesta contra Dios, la pretensión de que la humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es presuntuosa e intrínsecamente falsa. Si de esta premisa se han derivado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia, no es fruto de la casualidad, sino que se funda en la falsedad intrínseca de esta pretensión. Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder –bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente– no siga mangoneando en el mundo»14.

Ya Juan Pablo II alertaba de este “cinismo del poder”, que estamos comprobando en nuestras carnes en tantos países, con la gestión de la pandemia. Desde el inicio de su magisterio defendió el sistema de separación de poderes y participación ciudadana como el más acorde con la fe cristiana15, pero al mismo tiempo que advertía a los nostálgicos de la incoherencia cristiana que supone la teocracia, conjuraba a la sociedad occidental del riesgo de caer progresivamente en una dictadura encubierta, por la vía de las cesiones cobardes ante la paradoja de un “absolutismo” relativista, o de lo que llamaría su sucesor, la “dictadura del relativismo”:

«Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia. […] La libertad, no obstante, es valorizada en pleno solamente por la aceptación de la verdad. En un mundo sin verdad la libertad pierde su consistencia y el hombre queda expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos patentes o encubiertos. El cristiano vive la libertad y la sirve (cf Jn 8, 31-32), proponiendo continuamente, en conformidad con la naturaleza misionera de su vocación, la verdad que ha conocido. En el diálogo con los demás hombres y estando atento a la parte de verdad que encuentra en la experiencia de vida y en la cultura de las personas y de las naciones, el cristiano no renuncia a afirmar todo lo que le han dado a conocer su fe y el correcto ejercicio de su razón (cf Juan Pablo II (25-I-1991) Encíclica Redemptoris missio, 11)»16.

¿Qué podemos hacer en este momento social convulso, cuando los signos del fin de una época son evidentes, si no queremos caer en el conformismo ante los cínicos ni encerrarnos en una burbuja irresponsable? Si los males que aquejan nuestra sociedad occidental son en definitiva de cimentación; si, como decía Chesterton, las virtudes cristianas en nuestra sociedad se han desgajado de su raíz en Cristo y se han vuelto locas, … se trata de reforzar los cimientos, de injertar de nuevo los valores sociales en su matriz cristiana.

Para ello el primer paso será promover, dentro de la Iglesia, la conversión de sus fieles a Cristo, ante los pecados actuales de autorreferencialidad y mundanidad de quienes debieran vivir de fe. 

Las palabras del papa Francisco son inequívocas, en múltiples ocasiones, denunciando las insidias que acechan hoy a personas e instituciones católicas:

«Hay en la Iglesia muchas situaciones en las que el primado de la gracia se reduce a un postulado teórico, a una fórmula abstracta. Sucede que muchos proyectos y organismos vinculados a la Iglesia, en vez de dejar que se transparente la obra del Espíritu Santo, acaban confirmando solamente la propia autorreferencialidad. Muchos mecanismos eclesiásticos a todos los niveles parecen estar absorbidos por la obsesión de promocionarse a sí mismos y sus propias iniciativas, como si ese fuera el objetivo y el horizonte de su misión. […] Las organizaciones y los entes eclesiásticos, más allá de las buenas intenciones de cada particular, acaban a veces replegándose sobre sí mismos, dedicando sus fuerzas y su atención, sobre todo, a su propia promoción y a la celebración de sus propias iniciativas en clave publicitaria. [...] Por estas vías —dijo una vez el entonces cardenal Joseph Ratzinger— se alimenta también la idea falsa de que una persona es más cristiana si está más comprometida en estructuras intraeclesiales, cuando en realidad casi todos los bautizados viven la fe, la esperanza y la caridad en su vida ordinaria, sin haber formado parte nunca de comisiones eclesiásticas y sin interesarse por las últimas novedades de política eclesial (cf Una compañía siempre reformable, Conferencia en el “Meeting de Rimini”, 1 septiembre 1990)»17.

De este vicio capital (la autorreferencialidad funde en sí vicios capitales como la soberbia egoísta, la envidia y la pereza) se derivan otros, secundarios: afán de mando18, elitismo que aísla del pueblo de Dios19, el refugio en la abstracción20, eficientismo o funcionalismo que desconfía de la gracia21.

Si lo queremos ver de manera propositiva, el propio papa Francisco retoma en este mismo Mensaje algunos rasgos de una Iglesia evangelizadora, “en salida”, que ya había desarrollado en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: la Iglesia crece por atracción, no por proselitismo; «la alegría de anunciar el Evangelio brilla siempre sobre el fondo de una memoria agradecida», su fervor misionero es «un efecto del agradecimiento, es la respuesta de quien, en función de su gratitud, se hace dócil al Espíritu Santo y, por tanto, es libre»; «el Evangelio de Cristo se puede anunciar solamente desde la humildad […] Nunca se podrá pensar en servir a la misión de la Iglesia con la arrogancia individual y a través de la ostentación, con la soberbia de quien desvirtúa también el don de los sacramentos y las palabras más auténticas de la fe, haciendo de ellos un botín que ha merecido»; facilita, no complica: «un corazón misionero reconoce la condición actual en la que se encuentran las personas reales, con sus límites, sus pecados, sus debilidades, y se hace «débil con los débiles» (1 Cor 9, 22)». El servicio a la fe tiene que salir al encuentro de la vida ordinaria de la gente corriente22, valorar con respeto el sentido común de la fe de los fieles y su piedad genuina23 y manifestar «predilección por los pobres y por los pequeños, como signo y reflejo de la preferencia que el Señor tiene por ellos; [...] no es algo opcional en la Iglesia».

Ya había enseñado su predecesor que la Iglesia no es una sociedad humana autoconstituida en torno a una idea compartida, unos intereses mutuos o un proyecto común, sino una persona moral que se constituye en torno a la persona de Jesucristo -el único imprescindible- con cuantos creen (han creído y creerán) en él como su único Maestro, Salvador, Dios y Señor24La Iglesia de Cristo, única aunque variada y diversa, mientras permanece anclada en la revelación divina, garantizada por la tradición apostólica, en cambio se divide y corrompe cuando, aun como experiencia religiosa, se apoya en la ideología, pues cada grupo que interpreta la fe busca una uniformidad contra el otro, de modo inevitable. 

Las palabras sirven de muy poco a estas alturas, como ya advertía san Pablo VI25, y son muchos los que hace tiempo que han dejado de vivir su fe católica diluida por una interpretación subjetiva. La unidad en la diversidad solo es posible si estamos unidos en torno a la misma fe, los auténticos sacramentos, todos los mandamientos divinos, la misma confesión de Jesucristo, en una Iglesia donde lo importante sean los santos y no los cargos , ni siquiera los “ministeriales”. La división amenza siempre a la Iglesia desde Pentecostés, se ha hecho presente desde el último concilio, y sigue acechando en la actual pandemia, aunque esto mismo constituye también una gran oportunidad. No es posible mantener la unidad si se reduce la fe a reflexiones humanas sobre los graves problemas sociales (la pobreza, la inmigración, el ecologismo, el hambre, la carrera de armeamentos o la deuda externa) como puede ocurrir en cualquier sindicato o partido político. La autenticidad misma de la Iglesia exige un ecumenismo real y sin marcha atrás, un respeto y relación con las raíces de Israel, una preocupación sincera con los necesitados y con la casa común, que es nuestra hermana tierra, … pero lo esencial de la fe lo constituye la vida en Cristo concreta de cada uno de los fieles, verificada en la justicia y caridad con la que se sirve al prójimo, y en la adoración que se debe solo a Dios.

Asumimos plenamente la reflexión del cardenal Sarah, que sale al frente de la tentación de la mundanización de la fe y el olvido de la vida eterna:

«Este virus ha revelado que, pese a sus promesas y seguridades, el mundo de aquí abajo quedaba paralizado por el miedo a la muerte. El mundo puede resolver las crisis sanitarias. Y seguro que resolverá la crisis económica. Pero nunca resolverá el enigma de la muerte. […] Porque se planteaba directamente la cuestión de la muerte. ¿Debían los residentes ancianos ser confinados en sus habitaciones aún a riesgo de morir de desesperación y soledad? ¿Debían estar en contacto con sus familias, arriesgándose a morir por el virus? No se sabía qué responder. El Estado, encerrado en una laicidad que ha elegido por principio ignorar la esperanza y restringir el culto al ámbito privado, estaba condenado al silencio. Para él, la única solución era huir de la muerte física a toda costa, aunque eso significara condenar a una muerte moral. La respuesta sólo podía ser una respuesta de fe: acompañar a los ancianos hacia una muerte probable, en la dignidad y sobre todo en la esperanza de la vida eterna. La epidemia ha golpeado a las sociedades occidentales en su punto más vulnerable. Se habían organizado para negar la muerte, para esconderla, para ignorarla. ¡Y ha entrado por la puerta principal! ¿Quién no ha visto esas morgues gigantes en Bérgamo o en Madrid? Son las imágenes de una sociedad que prometía hace poco un hombre aumentado e inmortal

Las promesas de la técnica permiten olvidar el miedo por un momento, pero acaban siendo ilusorias cuando la muerte golpea. Incluso la filosofía no hace más que devolver un poco de dignidad a una razón humana abrumada por el absurdo de la muerte. Pero es impotente para consolar los corazones y dar un sentido a lo que parece estar definitivamente privado de él.

Frente a la muerte, no hay respuesta humana que se sostenga. Sólo la esperanza de una vida eterna permite superar el escándalo. ¿Pero qué hombre se atreverá a predicar la esperanza? Se necesita la palabra revelada de Dios para atreverse a creer en una vida sin fin. Se necesita una palabra de fe para atreverse a esperarla para uno mismo y los suyos. Así pues, la Iglesia católica está llamada a volver a su responsabilidad primera. El mundo espera de ella una palabra de fe que le permita superar el trauma de este encuentro cara a cara con la muerte. Sin una palabra clara de fe y esperanza, el mundo puede hundirse en una culpabilidad morbosa o en una rabia impotente ante lo absurdo de su condición. Sólo ella puede dar sentido a la muerte de las personas queridas, muertas en soledad y enterradas apresuradamente.

Pero entonces, la Iglesia debe cambiar. Debe dejar de tener miedo a chocar y a ir contracorriente. Debe renunciar a pensarse a sí misma como una institución del mundo. Debe volver a su única razón de ser: la fe»26.

Pienso que sean suficientes los textos que acabamos de proponer, voluntariamente tomados del magisterio de la Iglesia a lo largo de los últimos 50 años y de todas las sensibilidades, para establecer cómo la epidemia que estamos viviendo es un hecho de tal magnitud que está destruyendo todos los “relatos” posibles y, por eso mismo, constituye una ocasión única para la nueva evangelización. Si se me permite una comparación, es como un terremoto que derriba -ese es el aspecto castastrófico- un edificio precioso, pongamos una catedral; pero al echar abajo todos los añadidos y desarrollos posteriores, especialmente los construidos con poca solidez, permite una reconstrucción maravillosa que respete los cimientos y estructuras originales, y con ello la armonía y la belleza primordial.



LA DIMENSIÓN INTERSUBJETIVA DE LA FE COMO SENTIDO DE LA VIDA

Me propongo, en este momento, llamar la atención, en el ámbito de la fe y de la vida cristiana, a un plano que normalmente escapa de nuestra consideración, que es el plano intersubjetivo.

El plano objetivo de la fe podemos darlo por asumido en el Catecismo de la Iglesia católica de 1992, que no olvidemos es un “catecismo para obispos”, y que con su recepción plena por el pueblo de Dios podemos felicitarnos como uno de los grandes logros del último concilio, de modo paralelo a como el Catecismo romano -“para los párrocos”- había sido un hito para el de Trento27.

En el plano subjetivo, también vive la Iglesia de modo habitual una pastoral ceñida a la vida ordinaria de los fieles, aplicando la ley de la gradualidad en la iniciación a la fe, la liturgia y la moral o vida espiritual28.

En cambio, como ha quedado de manifiesto en la recepción de la exhortación apostólica Amoris laetitia, del papa Francisco, o como ocurrió con la encíclica Humanae vitae de Pablo VI, la ignorancia de esta dimensión intersubjetiva crea confusión cuando se leen “dogmáticamente” textos pastorales o se “subjetivizan” puntos dogmáticos. De hecho pensamos que la dificultad que tiene el magisterio del actual pontífice reside esencialmente en la forma en que deben leerse los documentos, voluntariamente diversos y dispares, a tenor de los criterios que el mismo papa establece, cuando habla de la consecución del bien común: cf Francisco (26-XI-2013) Evangelii gaudium, 217-237.

Si debemos asumir esta exhortación como el vademécum actual de la nueva evangelización, quisiera añadir a lo que Evangelii gaudium establece, la necesidad de recuperar esta tercera dimensión de la fe como irrenunciable e irreductible a las otras dos, la objetiva y la subjetiva. 

No se trata de encerrarse en escuelas existencialistas o fenomenológicas para reinterpretar la fe, sino tomar prestada una categoría filosófica importante29 (que propone Edmound Husserl) para resolver el conflicto secular entre fe católica contra la objetivización de la fe subjetiva que hace la reforma protestante, por un lado, y la subjetivización de la fe objetiva que hace el idealismo moderno, por otro. Nosotros entendemos por “intersubjetividad” a la luz sobre todo de las enseñanzas de Edith Stein30, el “nosotros” que constituye la Trinidad, que constituye la Iglesia y que constituye el misterio de cada persona humana.

Nos ilumina un pensamiento de santa Benedicta de la cruz, la mejor discípula de Husserl, doctora de la Iglesia en la “ciencia de la cruz” y testigo en sí misma del misterio que trasciende la psicología y la sociología humanas, el Viviente que da sentido a nuestras vidas:

«La comunidad es algo valioso, y tanto más valioso cuanto más altos sean los valores y más intensa la dedicación personal a los mismos, esto es, cuanto mayor sea el grado en que es una comunidad y la pureza con que lo sea. En todo lo bello y bueno que el hombre encuentra en sí y alrededor de sí sospecha la presencia de un ser supremo situado por encima de él y de todo, y se siente empujado a buscarle y servirle. Todo hombre es un buscador de Dios, y es en cuanto tal como se halla más fuertemente ligado a lo eterno. Si la vida de un hombre o de una comunidad fue una vida plena de valor, entonces tuvo sentido»31.

Precisamente al servicio de ese “nosotros” nuevo (en el que hay una interacción teándrica -vida en Cristo-), se pone toda la acción litúrgica y sacramental de la Iglesia; es el “sujeto” constitutivo de la fe mediante el proceso de “traditio-reditio”; es la condición de posibilidad de una vida según el Espíritu cumpliendo gozosamente mandamientos, bienaventuranzas y consejos evangélicos; e implica la vida de oración de cada cristiano como un misterio de comunión de los santos (communio in sanctis). Pondré solo algunas pistas de desarrollo en cada uno de estos ámbitos, pues su explicación merecería el estudio de toda una vida. 

En la vida de fe, la dimensión intersubjetiva, implica considerar cada comunidad cristiana real (familia, parroquia, diócesis) como sujeto del aceptar y transmitir la fe apostólica en cuanto un acontecimiento, no como una idea u obligación. Y esto es así solo si a la consideración objetiva (lo que “debe ser” cada familia, parroquia y diócesis) y subjetiva (lo que “cree ser”) se le añade la perspectiva de lo que “puede ser” (aquello que ya es para Dios y lo que puede llegar a ser en la medida de su correspondencia a la gracia): don y tarea. 

De ahí vendrá un aprecio sincero por la evangelización real e histórica, respetando los niveles constitutivos (kerigmático, catequético y homilético) sin “echar a los perros el pan de los hijos” ni pervertir el evangelio en una ideología (burguesa o revolucionaria).

Igualmente, el individuo no se ha de considerar el sujeto único, primordial, de la actividad de la Iglesia: nadie se salva solo; en cambio, sí que se condena uno solo (la condenación supone la sempiterna incapacidad de abrirse al amor misericordioso del Señor. 

Así se entiende también cómo dos de las grandes propuestas del concilio Vaticano II están todavía en proceso de aplicación, pues no han sido asumidas plenamente aún por la gran Iglesia: la restauración del catecumenado (cf Sacrosanctum concilium 64), y la valoración del laicado como vocación propia (con una primacía ontológica del sacerdocio común, a cuyo servicio se debe colocar el ministerial, que retiene una primacía funcional). La Iglesia así ya no será percibida primero como una institución clerical, sino como una comunión interpersonal (cf Lumen gentium 26;Sacrosanctum concilium 41-42), interrelación de hermanos concretos que creen, celebran y viven la alegría de la Pascua de Cristo, de modo que efectivamente el Espíritu de Dios pueda hacer nuevas todas las cosas en el mundo y en la sociedad.

En la vida litúrgica, igualmente, la dimensión intersubjetiva justifica el respeto a las normas litúrgicas no tanto por obediencia al derecho canónico o por utilidad pastoral, cuanto por ser acogida del Don divino, ya que su condición de posibilidad reside en el respeto a aquella “lex orandi” que goza de tradición apostólica. Solo así es verdad que el sujeto celebrativo sea todo el cuerpo del Cristo total respresentado en la asamblea litúrgica jerárquicamente estructurada, donde no son los ministros los dueños ni son las iglesias autoservicios de necesidades religiosas; solo así es posible reformar la liturgia sin destrozarla (al poner al mismo nivel elementos esenciales y secundarios) ni pervertirla (al reducirla a un teatro humano donde se plasma la experiencia religiosa del grupo social); solo así por la obediencia de la fe, se evita el abuso de poder ante lo sagrado, que por definición es indisponible como bien común del pueblo santo y soberano de Dios.

En la vida moral, la dimensión intersubjetiva obliga al maestro de la nueva ley a no quedarse en la letra de los preceptos, ni perderse en los sentimientos o complejos de los individuos creyentes, sino que se preocupa de establecer las condiciones mismas de posibilidad del ideal evangélico, denunciando “estructuras de pecado” y enseñando a construir las costumbres, pedagogías e instituciones necesarias para que la santidad no sea un horizonte lejano y reducido a los ojos de los fieles, sino una concreta posibilidad de elección. Las actuales tensiones entre quienes rebajan las exigencias del evangelio, por cercanía al sufrimiento de los fieles cuando no pueden asumirlas, y quienes mantienen los ideales de santidad cristiana, pero no se implican en los problemas concretos de la gente, pienso que pueden superarse desde este plano intersubjetivo, manteniendo al mismo tiempo el ideal evangélico y el compromiso con los fieles, iniciando procesos, acompañando, curando, animando y sosteniendo a cuantos caminan con lealtad por el camino de la justicia, aunque sea con tropiezos y recaídas. Pienso que a esta luz, lejos de contraponerse como quieren algunos, se armonizan y complementan la encíclica de san Juan Pablo II (6-VIII-1993) Veritatis splendor (cf cap I) y la exhortación apostólica postsinodal del papa Francisco Amoris laetitia (cf cap IV y VIII), sin ahondar en la lamentable confusión de planos que algunos pretenden.

En la vida espiritual, se sitúa aquí la plurisecular práctica de la dirección espiritual, de la discreción de espíritus, de la corrección fraterna, de las reglas de vida, de las familias espirituales en torno a un carisma. La iniciación a la oración, sus diversas formas y etapas, son así patrimonio accesible a todos los fieles, que están igualmente llamados a la plenitud de la caridad (cf LG 40), a la santidad (cf LG 40), a la contemplación (cf CEC 2.567).

Para terminar con una provocación intelectual, me pregunto a veces si este plano intersubjetivo que he tratado de explicar, constitutivo de la fe cristiana y esencial en la vida de la Iglesia, no se conserva más visible que en su lugar originario (el tipo de vida que conoció Mahoma entre los cristianos árabes del siglo VII), en la religión musulmana que constituye a los creyentes en Alá por encima de razas, naciones, sexos y lenguas en una sola umma. Así como son “préstamos” cristianos evidentes las llamadas cinco columnas del islam (la profesión de la fe, la oración de cada día a horas determinadas por el sol, la peregrinación a los santos lugares, el mes largo de ayuno comunitario, y la limosna) no menos importante es el “préstamo” del sentido de comunidad universal que, con sus matices, está tan vivo entre los mahometanos y que los hace tan temibles para la modernidad.

Aunque este sentido comunitario también admite la posibilidad de ser fanatizados y manipulados religiosamente, lo cual es inaceptable socialmente y condenable teológicamente (no hay mayor blasfemia que el uso del terrorismo con justificación religiosa), sin embargo el hecho de que los creyentes constituyan una sola comunidad que efectivamente, por encima de diferencias lingüísticas, raciales, sexuales, económicas o sociales, puedan vivir, sentir, expresarse y reconocerse como una única familia de los hijos de Dios a lo largo del mundo y de la historia, es algo irrenunciable para los cristianos.

Es la verdadera Jerusalén, la que es nuestra patria común, que solo se hará visible en el cielo (cf Ap 21, 1 -22, 5), pero en la Iglesia peregrina debe permanecer, como ideal irrenunciable, la tensión escatológica; como motor de su reforma continua, la asimilación moral con el misterio de la comunión de los santos (commnunio sanctorum); como respeto sacramental por lo indisponible del misterio: todo en la Iglesia debe traslucir la soberanía del Padre por su Hijo en el Espíritu Santo, y esta vida trinitaria debe configurarla intersubjetivamente. Solo así la Iglesia será católica, porque será apostólica; será santa, porque será una.



Prof Eduardo Torres 

Universidad de Navarra (España) 

etorresmo@unav.es



Cervera, 9 de de junio de 2020 

1Eduardo Torres Moreno, profesor en la Universidad de Navarra y en la Pontificia universidad de la Santa cruz en Roma, es sacerdote diocesano de Calahorra (España) y rector del Seminario San José en Pamplona: etorresmo@unav.es

2“Kρíσις” acción de separar y distinguir, de elegir, y de ahí juicio, que es la acepción propia del Nuevo Testamento: “ἐν ἡμέρᾳ κρίσεως” es en Mt 10, 15 el día del Juicio divino. Cf Victor Magnien -Maurice Lacroix (1969) Dictionnaire grec -français, E Belin, París, 1014-1015.

3 «Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios. La fe en Cristo nunca ha mirado sólo hacia atrás ni sólo hacia arriba, sino siempre adelante, hacia la hora de la justicia que el Señor había preanunciado repetidamente. Este mirar hacia adelante ha dado la importancia que tiene el presente para el cristianismo» Benedicto XVI (30-XI-2007) Encíclica Spes salvi. 41. Nos permitimos resaltar en letra negrita o “bold” algunas expresiones en los textos que citamos para ayudar a captar aquello que consideramos central, pero estos énfasis son de nuestra exclusiva responsabilidad, no corresponden al texto original.

4Con un interesante juego de palabras evoca el “todo-democracia” (pan-democracia) y “el poder de la pandemia” (pandemia-cracia): Daniel Innerarity (2020) Pandemocracia, Galaxia Gutenberg, Barcelona.

5 «No se acaba el mundo, pero sí un mundo de certezas, individuos autosuficientes, varones, por cierto, y de comportamientos estancos. Entramos en un espacio que da vértigo pero nos obliga a una evolución del pensamiento. Primero, a una revolución en los conceptos para comprender la sociedad, que aún son newtonianos. Y segundo, a cambios en nuestra manera de entender nuestras interacciones. Debemos pensarnos más como sujetos que se protegen colectivamente de riesgos muy diferentes a los de la sociedad industrial y que deben entrar en lógicas de poder más cooperativas y menos competitivas. En la sucesión de crisis que nos asaltan desde finales del siglo pasado, climática, ecológica, migratoria, financiera, europea y ahora sanitaria, hay un hilo común: entramos en horizontes de ignorancia insuprimible y debemos entendernos como sujetos cuya clave es organizar bien su interacción. ¿Quiere decir que las crisis se suceden porque hemos creado sociedades muy complejas? Sí, todas esas crisis son el resultado de una complejidad sistémica que no terminamos de entender. Hay crisis climática porque la interacción de nuestros comportamientos en términos de consumo, movilidad, producción industrial, genera un resultado final catastrófico, no porque aisladamente nuestro comportamiento sea perverso, lo malo es la interacción. Hay crisis financiera porque hay debilidad sistémica de la gobernanza económica global y no se puede reconducir con comportamientos individuales de consumidores o banqueros» Entrevista de Justo Barranco a Daniel Innerarity (25 mayo 2020) La vanguardia, Barcelona: https://www.lavanguardia.com/cultura/20200525/481374492957/se-acabo-el-mundo-de-las-certezas.html

6«Este mensaje nace de nuestra experiencia histórica. Es como "experto en humanidad" que aportamos a esta Organización el sufragio de nuestros últimos predecesores el de todo el episcopado católico y el nuestro, [...] de los muertos, caídos en las terribles guerras del pasado soñando en la concordia y la paz del mundo; de los vivos que han sobrevivido a ellas que condenan de antemano en sus corazones a quienes intentan renovarlas; de otros vivos, además: las generaciones jóvenes de nuestros días que avanzan confiadas, esperando con justo derecho una humanidad mejor. Hacemos nuestra también la voz de los pobres, de los desheredados, de los desventurados, de quienes aspiran a la justicia, a la dignidad de vivir, a la libertad, al bienestar y al progreso. […] Este edificio que levantáis no descansa sobre bases puramente materiales y terrestres, porque sería entonces un edificio construido sobre arena. Descansa ante todo en nuestras conciencias. Sí, ha llegado el momento de la “conversión”, de la transformación personal, de la renovación interior. [...] Nunca como hoy, en una época que se caracteriza por tal progreso humano, ha sido tan necesario a la conciencia moral del hombre. Porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien utilizados, podrán, por lo contrario, resolver muchos de los graves problemas que afligen a la humanidad. El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas. En una palabra: el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales» San Pablo VI (4-X-1965) Discurso a los representantes de los Estados en la visita a la ONUhttp://www.vatican.va/ content/paul-vi/es/speeches/1965/documents/hf_p-vi_spe_19651004_united-nations.html.

7 Camilo cardenal Ruini (14-IX-2009) Conferencia Una laicidad positiva para el futuro:http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1340010ffae.html?sp=y&refresh_ce.

8«La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo o fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad (cf Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanae.)» Juan Pablo II (1-V-1991) Encíclica Centessimus annus 46.

9Cf Martín Rhonheimer (2009) Laicidad política "versus" laicidad integrista: «Nueva revista de política, cultura y arte» 125, 97-107.

10«El hombre no es mutable únicamente respecto al mal, ya que no habría podido nacer del bien si fuera inclinado por naturaleza únicamente a su contrario. La mejor manifestación de la mutabilidad humana viene dada por la capacidad de crecer en el bien: la subida a una condición mejor hace de quien así se mejora un ser más divino. Nuestro razonamiento por tanto nos ha hecho comprender que lo que nos parece más temible (me refiero al hecho de ser nuestra naturaleza mudable) sirve en realidad como un ala para volar hacia las cosas más grandes; sería en cambio un daño para nosotros no poder evolucionar en seres mejores. No se entristezca por ello quien ve la tendencia al cambio insertada en nuestra naturaleza, sino que transformándose siempre en mejor y ascendiendo de gloria en gloria (2 Cor 3, 18), experimente cada día un cambio siempre hacia lo perfecto, sin que pueda llegar nunca al límite de la perfección. De hecho, es esto consiste la verdadera perfección: en no pararse nunca en el crecimiento perfectivo propio y en no encerrarla en límite alguno» Gregorio de Nisa, La perfección: L F Mateo Seco (editor) Sobre la vocación cristiana, Ciudad Nueva, Madrid 1992, 88-89; GNO VIII-1, 213, 15 -214, 6. Pudimos dedicar nuestra tesis de teología (publicada en la PUSC, Roma 2012) al análisis del De vita Moysis de san Gregorio de Nisa, en torno al término ἀρετή que significa de modo principal la dignidad intransitiva de la persona que llamamos hoy santidad moral: la perfección humana que se alcanza mediante la fe en Dios y las acciones justas, la nobleza de alma que nadie puede arrebatar, y todo el conjunto de rasgos propios de la excelencia moral de la persona concreta.

11Hay una expresión del Niseno justamente famosa, que explica mejor lo que queremos decir: «Somos, en cierto sentido, padres de nosotros mismos; nos parimos a nosotros mismos conforme a lo que queremos ser, y mediante la propia elección libre, vamos quedando configurados de acuerdo a la nobleza o la vileza, conforme al modelo que queremos [...]. Así pues, en la medida en que a partir de la narración biográfica se va poniendo más al descubierto el sentido íntimo del enigma, el discurso enseña con esto que el ser engendrado que causa pesar al enemigo se realiza con el comienzo de una vida de acuerdo al honor, me refiero a esa forma de nacimiento en la cual es el libre albedrío quien hace de partera» Gregorio de Nisa, La vida de Moisés, II, 2b-5: L F Mateo Seco (editor) Ciudad Nueva, Madrid 1993, 105-107; GNO VII-1, 34.

12 «Da un lato, occorre rispettare e valorizzare ogni ufficio, ogni dono e ogni compito - riconoscendo l’uguale dignità cristiana (cf Lumen gentium, 32;Codex iuris canonici, c 208) e la vocazione intrinsecamente missionaria di tutti i battezzati (cf Lumen gentium, 17; CIC, c 211;Christifideles laici, 55; Redemptoris missio71); dall’altro, occorre ricordare sempre che la Chiesa “è, per sua natura, una realtà diversa dalle semplici società umane” e che, pertanto, “è necessario affermare che non sono trasferibili automaticamente alla Chiesa stessa la mentalità e la prassi esistenti in alcune correnti culturali, socio-politiche del nostro tempo” (cf Congregazione per il clero, Direttorio per il ministero e la vita dei presbiteri, 17).Non possiamo intaccare la costituzione gerarchica della Chiesa né per richiamare i pastori alla coscienza umile e amorevole del servizio, né per il desiderio di fare assurgere i fedeli laici alla piena consapevolezza della loro dignità e responsabilità. Non possiamo far crescere la comunione e l’unità della Chiesa né “clericalizzando” i fedeli laici, né “laicizzando” i presbiteri» Juan Pablo II (22-IV-1994) Discurso en el Simposio sobre “Colaboración de los laicos en el ministerio pastoral de los presbíteros”http:// www.vatican.va/content/john-paul-ii/it/speeches/1994/april/documents/hf_jp-ii_spe_19940422_fedeli-laici. html.

13«Quisiera indicar por último los motivos por los que el rol público de las religiones – en particular del cristianismo – es importante y puede brindar un servicio positivo a la vida de la sociedad» Camilo cardenal Ruini (14-IX-2009) Conferencia Una laicidad positiva para el futuro:http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1340010ffae.html?sp=y&refresh_ce.

14 Benedicto XVI (30-XI-2007) Encíclica Spes salvi. 42.

15«La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica (Cf Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 29; Pío XII (24 -XII-1944) Radiomensaje de Navidad: AAS 37 (1945), 10-20). Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la “subjetividad” de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad» Juan Pablo II (1-V-1991) Encíclica Centessimus annus 46.

16Juan Pablo II (1-V-1991) Encíclica Centessimus annus 46.

17Papa Francisco (21-V-2020) Mensaje a las Obras misionales pontificias (OMP): http://www.vatican.va/ content/francesco/es/messages/pont-messages/2020/documents/papa-francesco_20200521_messaggio-pom.html. Se podrían citar tantas otras ocasiones donde el pensamiento del papa actual vuelve sobre estos mismos temas; utilizo este mensaje por ser reciente y porque es el papa mismo quien selecciona los temas que lleva en su corazón de entre los que ya en el pasado ha dirigido a la Iglesia católica.

18«Sucede a veces que las instituciones y los organismos surgidos para ayudar a la comunidad eclesial, poniendo al servicio los dones suscitados en ellos por el Espíritu Santo, pretenden ejercer con el tiempo supremacías y funciones de control en las comunidades a las que deberían servir. [..] De hecho, en estos casos, se comportan como si la Iglesia fuera un producto de nuestros análisis, de nuestros programas, acuerdos y decisiones» Papa Francisco (21-V-2020) Mensaje a las OMP.

19«La tentación elitista en algunas realidades vinculadas a la Iglesia va a veces acompañada por un sentimiento de superioridad y de intolerancia hacia la multitud de los bautizados, hacia el Pueblo de Dios que quizás asiste a las parroquias y a los santuarios, pero que no está compuesto de “activistas” comprometidos en organizaciones católicas» Papa Francisco (21-V-2020) Mensaje a las OMP.

20«Los organismos y las realidades vinculadas a la Iglesia, cuando son autorreferenciales, pierden el contacto con la realidad y se enferman de abstracción. Se multiplican encuentros inútiles de planificación estratégica, para producir proyectos y directrices que sólo sirven como instrumentos de autopromoción de quien los inventa» Papa Francisco (21-V-2020) Mensaje a las OMP.

21«Acaban dirigiendo todo hacia la imitación de los modelos de eficiencia mundanos, como aquellos impuestos por la exacerbada competencia económica y social. […] Una Iglesia que tiene miedo a confiarse a la gracia de Cristo y que apuesta por la eficacidad del sistema está ya muerta, aun cuando las estructuras y los programas en favor de clérigos y laicos “auto-afanados” durase todavía siglos» Papa Francisco (21-V-2020) Mensaje a las OMP.

22«Jesús encontró a sus primeros discípulos en la orilla del lago de Galilea, mientras estaban ocupados en su trabajo. No los encontró en un convenio, ni en un seminario de formación, ni en el templo. Desde siempre, el anuncio de salvación de Jesús llega a las personas allí donde se encuentran y así como son en la vida de cada día. La vida ordinaria de todos, la participación en las necesidades, esperanzas y problemas de todos, es el lugar y la condición en la que quien ha reconocido el amor de Cristo y ha recibido el don del Espíritu Santo puede dar razón a quien le pregunte de la fe, de la esperanza y de la caridad. Caminando juntos, con los demás. Principalmente en este tiempo en el que vivimos, no se trata de inventar itinerarios de adiestramiento “dedicados”, de crear mundos paralelos, de construir burbujas mediáticas en las que hacer resonar los propios eslóganes, las propias declaraciones de intenciones, reducidas a tranquilizadores “nominalismos declaratorios”» Papa Francisco (21-V-2020) Mensaje a las OMP.

23«El pueblo de Dios mendiga el don de su Espíritu; confía su espera a las sencillas palabras de las oraciones y nunca se acomoda en la presunción de la propia autosuficiencia. El santo pueblo de Dios reunido y ungido por el Señor, en virtud de esta unción, se hace infalible “in credendo”, como enseña la Tradición de la Iglesia. La acción del Espíritu Santo concede al pueblo de los fieles un “instinto” de la fe —el sensus fidei— que le ayuda a no equivocarse cuando cree lo que es de Dios, aunque no conozca los razonamientos ni las formulaciones teológicas para definir los dones que experimenta. Es el misterio del pueblo peregrino que, con su espiritualidad popular, camina hacia los santuarios y se encomienda a Jesús, a María y a los santos; que recurre y se revela connatural a la libre y gratuita iniciativa de Dios, sin tener que seguir un plan de movilización pastoral» Papa Francisco (21-V-2020) Mensaje a las OMP.

24«Cristo no se retiró al cielo, dejando en la tierra una multitud de seguidores que llevan adelante "su causa". La Iglesia no es una asociación que quiere promover cierta causa. En ella no se trata de una causa. En ella se trata de la persona de Jesucristo, que también como Resucitado sigue siendo "carne". Tiene "carne y huesos" (Lc 24, 39), como afirma en el evangelio de san Lucas el Resucitado ante los discípulos que creían que era un espíritu. Tiene un cuerpo. Está presente personalmente en su Iglesia; "Cabeza y Cuerpo" forman un único sujeto, dirá san Agustín» Benedicto XVI (28-VI-2008) Homilía vísperas de san Pedro y san Pablo.

25«Para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan —decíamos recientemente a un grupo de seglares—, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio"Pablo VI (2-X-1974) Discurso a los miembros del Consilium de laicis: AAS 66 (1974) 568. […] ¿Creéis verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos.[...] Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible (cf Heb 11, 27). El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda. […] Verdad difícil que buscamos en la Palabra de Dios y de la cual nosotros no somos, lo repetimos una vez más, ni los dueños, ni los árbitros, sino los depositarios, los herederos, los servidores. De todo evangelizador se espera que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comunica no es otra que la verdad revelada y, por tanto, más que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla» San Pablo VI (8-XII-1975) Encíclica Evangelii nuntiandi 41; 76; 78.

26Cardenal Robert Sarah (19-III-2020) Le Figaro.

27«Todos hemos podido comprobar felizmente la acogida positiva general y la vasta difusión que el Catecismo ha tenido durante estos años, especialmente en las Iglesias particulares, que han procedido a la traducción a sus respectivas lenguas, para hacerlo más accesible a las diversas comunidades lingüísticas del mundo. [...] En esta presentación auténtica y sistemática de la fe y de la doctrina católica la catequesis encontrará un camino plenamente seguro para presentar con renovado impulso a los hombres de nuestro tiempo el mensaje cristiano en todas y cada una de sus partes. […] Por tanto, exhorto encarecidamente a mis venerables hermanos en el episcopado, a quienes de manera especial queda encomendado el Catecismo de la Iglesia Católica,...» Juan Pablo II (15-VIII-1997) Carta apostólica Laetamur magnopere:http://www.vatican.va/ archive/ catechism_sp/index_sp.html.

28Cf Juan Pablo II (6-I-2001) Carta apostólica Novo millenio ineuntehttp://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_letters/2001/documents/hf_jp-ii_apl_20010106_novo-millennio-ineunte.html.

29 «Una adecuada comprensión de la intersubjetividad permite una comprensión en profundidad de la fenomenología y de los alcances que ésta tiene en la comprensión del mundo y sus posibilidades de aportar a las ciencias en general y a las ciencias sociales en particular. La solución planteada por Husserl, en tanto concepto, no era nueva para su época, pero el filósofo de Friburgo sitúa la intersubjetividad como uno de los pilares de la fenomenología y le da una proyección que trasciende su época y su disciplina. Sin embargo, no puede atribuirsele a Husserl la autoría del concepto, ya que existían antecedentes para éste en la filosofía continental, en particular en Leibniz y Fichte» Jorge Mendoza Vester (2020) Intersubjetividad en Husserl: ¿Un concepto vigente?: https://www.eco-ideas.org/filosofia/intersubjetividad.html. Cf Stale R Finke (1993) Huserl y las aporías de la intersubjetividad: «Anuario filosófico» 26/2, 327-358; Isidro Gómez Romero (19997) La fenomenología de la intersubjetividad en Husserl, Tesis doctoral Universidad Complutense de Madrid.

30 Cf María J Allende Álvarez (2001) La problemática del yo en el marco de una teoría de la intersubjetividad en Edith Stein, Tesis en la Pontificia universidad de Salamanca.

31 Edith Stein (1933) La estructura de la persona humana, Bac, Madrid 1998, 283.

No hay comentarios:

Publicar un comentario